" ¿No es un poco irónico? Ignoramos la persona quien nos adora, pero tenemos pasión por la que nos desestima; queremos a los que nos hieren y los tratamos mal a los que nos quieren."
Se puede discutir
si es así o no, pero creo que si somos sinceros, podemos admitir que muchas
veces castigamos a las personas más cercanas a nuestro corazón, dejándonos
llevar por los sentimientos de ira, impotencia, envidia, etc., que en realidad
no sentimos por ellos sino por otros o por nosotros mismos.
Esto ocurre tan a
menudo y forma parte de la mayoría de nuestras relaciones “normales”, que ni se
nos ocurre cuestionar este hábito o pensar, que deberíamos cambiar nuestro
comportamiento.
Tengo una amiga, muy sabia e intuitiva, con carácter explosivo,
quien me dijo lo siguiente: “Yo trato bien a mi familia, soy atenta a ellos,
les digo muchas veces cuánto les quiero, procuro tratarles de tal manera, que
se sientan especiales cada día en mi presencia.” Yo le pregunté, cómo consigue
hacer esto, conociendo su personalidad irritable y ella me dio una respuesta
muy interesante: “Si tengo que enfadarme o incluso odiar a alguien, liberando
mis emociones, lo hago. A veces soy insoportable con la gente desconocida,
sobre todo con los que probablemente no voy a ver nunca más en mi vida. Derramo
mi ira sobre ellos, hasta que ya no quede nada negativo en mi interior y cuando
llego a mi casa, libero todo el amor que hay en mi corazón. Los que no me
conocen, puede que piensen, que soy una persona horrorosa, pero te aseguro, que
para mi marido soy la mejor esposa y para mis hijos la mejor madre del mundo.
Me da igual causar buena impresión a desconocidos, a mí sólo me interesa la opinión de mis seres
queridos y no de la gente, que apenas conozco.”
Aunque no puedo
identificarme totalmente con su modo de pensar, tengo que reconocer, que en
parte lleva razón y la admiro, por poder controlarse y dar vía libre tanto a
sus sentimientos negativos como a los positivos donde y cuando ella lo
considera oportuno.
Al mismo tiempo, no
lo veo justo, comportarse mal con desconocidos, sólo porque acabamos de
conocerlos –a menudo sólo para unos minutos, horas o días- y juegan un papel
menos importante en nuestra vida privada. ¿Cómo se consigue nuevos amigos con
esta actitud? Pero también podría preguntar, ¿cómo conserva alguien a su
marido, al amor y confianza de sus hijos, hermanos, padres y amigos tratándolos
como “depósito” de todas sus emociones negativas que no puede manejar?
¿Cuál es la
solución? ¿Cuál es el término medio?
Creo, que lo mejor
que se puede hacer es en primer lugar parar un momento y tomar un respiro.
Nuestra vida está demasiado acelerada para permitir percibir, observar y
digerir todo lo que nos pasa y genera emociones y sentimientos diferentes en
nosotros, los que determinan nuestras palabras y actos. ¿Has intentado ya
alguna vez identificarlos, definir exactamente cuáles son? ¿Sueles reflexionar
sobre ellos? ¿Por qué los sientes, en qué situación? ¿Has podido observar
alguna vez de forma consciente a quién, cuándo, cómo y en qué grado y forma los
expresas? En las primeras ocasiones es increíblemente difícil. Tener control
sobre nuestra vida emocional es uno de los desafíos más complicados del ser
humano. Pero es posible para todos nosotros, los que buscamos la mejoría y no
la perfección.
Lo que
yo busco, es desarrollar mi capacidad de amar. Si el amor reina en mi interior,
lo siento por mí misma, por mis seres queridos, por los conocidos y por los
desconocidos, ese amor no me permitirá expresar mis emociones, por muy fuertes
que sean, con palabras que puedan dañar a alguien. Ese amor me obligará parar,
antes de hablar o actuar y expresar absolutamente todo lo que siento, pero sin
la menor intención de herir u ofender a cualquier persona. Se sincero; si tus
palabras o actos, que son consecuencias directas de tus emociones y sentimientos
a pesar de todo, a menudo hieren a la persona que dices que amas, ¿la quieres de verdad?
¿O es posible que no te ames a ti mismo lo suficiente?